OPINIÓN: Descrédito de la prensa: Una mala noticia que debemos revertir
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OPINIÓN: Descrédito de la prensa: Una mala noticia que debemos revertir


Por Marcelo Ramírez | 17 Marzo 2019 16:07
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En plena dictadura Patricio Bañados, periodista, conductor de TV, señaló al aire: “Esto no lo puedo leer, porque no es cierto”. Ese gesto le costó amenazas, su trabajo y casi el ostracismo laboral, incluso en democracia. ¡Pero cuánta falta hizo en estos años de transición tutelada!, cuánta falta hacen hoy comunicadores que pongan en el centro de su quehacer el derecho ciudadano a la información, por sobre sus intereses económicos, políticos o valóricos.


Su figura fue revindicada en los últimos días a raíz del "error" de Megavisión, en su información sobre la manifestación feminista en Valparaíso, un nuevo "error" de canal 13 al usar una imagen de Michelle Bachelet y vincularla mañosamente al apagón en Venezuela y otros múltiples "errores" en medios de prensa, que no son casuales o azarosos.


Ya no se puede negar que, en nuestro país y el mundo, el periodismo no goza de buena salud, ni de buena reputación y con razón. En Chile, por ejemplo, hemos vuelto a prácticas que se creían olvidadas, como los cercos mediáticos y a publicar noticias sin fuentes corroboradas o contrastadas. Una sola voz, muchas veces, se constituye en verdad revelada.


Y el sesgo ideológico o valórico, se da de manera flagrante en el ejercicio periodístico, aunque nadie lo explícita, pues los medios quieren posar como entidades completamente independientes, imparciales y con agenda propia, cuando sabemos, sé a ciencia cierta y de manera empírica, que no lo son.


Ya nadie niega que siempre hay lobby, llamadas, cafecitos y sugerencias de algún directivo o influyente, con intereses creados. Y que éste, a su vez, tuvo una conversación o "tirón de orejas" de un anunciador, patrocinante, alcalde, consejero regional, parlamentario o empresario, para poner o sacar de la pauta, un tema escabroso.


Y así, los noticieros, en general, se han ido convirtiendo en recipiente de los grupos de interés, especialmente de la élite empresarial y política. De los poderosos, escasas veces de los más vulnerables o desprotegidos, porque nadie quiere afectar el sacrosanto sistema.


Y los periodistas, por cumplir órdenes, por no decidir los contenidos y enfoques de las líneas editoriales de los medios, por acomodo o por autocensura, hemos sido parte de esta distorsión informativa.
En consecuencia, el prestigio del pasado, la credibilidad y reconocimiento ético de nuestra profesión, atraviesa hoy por uno de sus peores momentos a nivel nacional y global, porque la gente ya no tiene como referente preferencial a la prensa, porque la percibe como cómplice de un sistema neoliberal brutal, de políticas armamentistas y represivas, de dictadores anquilosados, de una ultraderecha fundamentalista y de las aventuras bélicas de los actuales inquilinos de la Casa Blanca y sus colonos.


Y lo que en el pasado se vislumbró como un espacio de libertad, de inclusión, solidaridad y justicia, hoy son objetos desechables. Porque no sólo los millennials no consumen noticias en medios tradicionales, sino que incluso los que se informaban por esas vías hoy tienen al alcance de un click un sinnúmero de fuentes informativas que les permiten acceder directamente a la noticia y elaborar su propia interpretación de los hechos, sin la intermediación de un periodista o medio de comunicación al cual no cree y cuya manera de difusión (anticuada y desfasada) no le hace ningún sentido .


Tampoco podemos soslayar que la tecnología digital ha cambiado la forma de difundir y publicar contenidos y ha abierto la puerta a que haya muchos agentes distintos a los profesionales del periodismo involucrados en el acto de informar. Hoy, cualquiera puede “viralizar” un acontecimiento y convertirlo en noticia.


Este cambio ocurre, además, en un momento en que el periodismo ha perdido mucho en calidad e independencia y se encuentra en estado de descrédito profundo, básicamente porque la nueva generación de consumidores desconfía de la prensa tradicional, por su vinculación con los poderes económicos, religiosos y políticos, institucionales y fácticos.


Tampoco creen en la independencia de los grupos de comunicación, menos cuando son holdings que abarcan mucho más que el ámbito informativo, y no es probable que los menores de 25 años vayan a comprar un periódico o a ver un noticiero de TV. Prefieren buscar las informaciones que les interesan en sus redes sociales y en medios esencialmente digitales.


Claramente, el escenario no es optimista. Y en ese contexto es cuando el periodismo, más que nunca, debiera ser un baluarte de libertad, de democracia, de imparcialidad, pero no neutralidad frente a los abusos y regresión de las libertades fundamentales. No sólo para recuperar audiencias, sino que para recuperar su esencia.


Lamentablemente, no hemos estado a la altura y la respuesta han sido fake news, omisiones, encubrimientos y mentiras. En el peor momento. O quizá, en el mejor, para que este oficio maravilloso termine de reinventarse de una buena vez.


Porque hoy la ciudadanía no sólo no cree en los medios y periodistas, sino que muchas personas creen que en el camino hacia una democracia más sólida y sustentable, la prensa actual en Chile no es parte de la solución, sino del problema.
Y volver a escuchar, ver o leer, "El Mercurio miente", o cualquier medio en este caso, como en los peores tiempos de dictadura, de represión y censura a la prensa, y saber que no es un reproche antojadizo, duele en el alma.


Por ello, aunque para muchos el periodismo agoniza, yo creo que está en nuestras manos hacer que se revitalice y se reinvente, de acuerdo a los tiempos y a las nuevas exigencias técnicas y éticas, para que se fortalezca y proyecte y no tengamos que dar la oscura noticia de su muerte.

Francis Parra Morales / Periodista
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