Violencia escolar en Chile tras el retorno a clases enciende las alarmas
Mientras empiezan las vacaciones de invierno, los estudiantes chilenos dejan atrás un semestre marcado por la violencia y las llamas, dentro y fuera de las aulas, en medio de un explosivo retorno a clases tras la pandemia de coronavirus.
En mayo, alumnos de tradicionales secundarias del centro de Santiago como el Instituto Nacional, Aplicación o el Barros Arana (INBA), prendieron fuego a salones, incendiaron autobuses en la vía pública, agredieron a profesores, se enfrentaron a la policía y mantuvieron tomadas las escuelas durante semanas.
Muchos otros recintos educativos tuvieron que suspender clases y flexibilizar horarios, golpeados por la ola de violencia interna que estalló tras al retorno a clases en marzo después de cerrar total o parcialmente por más de 70 semanas.
Datos hasta mediados de junio de la Superintendencia de Educación que fiscaliza al sector, muestran que este año aumentaron un 56,2% las denuncias de maltrato físico o psicológico entre los propios estudiantes respecto a 2018 y 2019, antes de la crisis sanitaria.
La oficial de Educación de UNICEF Chile, Francisca Morales, dijo a Reuters que han comentado esta situación con colegas de otros países de América Latina y el Caribe. Pero no han detectado casos ni aumentos similares.
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"No aparecen otras experiencias tan drásticas y tan dramáticas como las que hemos vivido acá. Pareciera que es un fenómeno que estamos principalmente viviendo en nuestro país", señaló.
El alza dejó perplejos a expertos, políticos y profesores. Morales dice que el problema es multicausal e incluye entre otros factores el impacto de la pandemia en las familias. No sólo sanitario sino también social y económico, así como la influencia de las redes sociales.
Porque con las escuelas cerradas, los niños y jóvenes dejaron de aprender a resolver conflictos pacíficamente y a relacionarse, en momentos que Chile también atraviesa un período de fuerte agitación política y social y la economía ha vuelto a debilitarse.
"Los problemas que suceden en las comunidades escolares son reflejo de los problemas que tenemos como sociedad", dijo a Reuters el ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, que asumió con el nuevo gobierno en marzo. Asegurando que el retorno a clases "no fue previsto de la forma adecuada por parte de la administración anterior".
Sostiene, sin embargo, que "ningún hecho de violencia es justificable". El ministerio promovió la flexibilización de la jornada y un programa de intervención en municipios donde se registraran casos críticos de violencia, entre otras medidas.
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"Hay una guerra en otros lados del mundo, pero en nuestro país también vemos cómo se polarizan las ideas y se ataca al otro de manera violenta", dijo la psiquiatra infantil de la Universidad de Chile Vania Martínez, directora del Núcleo Milenio Imhay de investigación sobre salud mental juvenil.
Desde inicios de marzo las noticias estallaron: riñas violentas entre estudiantes, intentos de suicidio, agresiones de padres hacia profesores o estudiantes, marchas callejeras de alumnas denunciando acoso sexual.
En mayo, una escuela en la provincia de Iquique suspendió clases tras varios episodios de padres que agredieron a profesores. Antes, en Santiago otro liceo cerró unos días por amenaza de "masacre". Y hace poco, una estudiante habría sido apuñalada en Concepción.
"Lo que más se ve es violencia entre los mismos estudiantes, se zamarrean, se golpean. En una pelea hace un tiempo un niño incluso sacó un pequeño cuchillo", cuenta la profesora de primaria Diana Villanueva, que enseña Ciencias en una escuela pública en la región de Coquimbo.
La violencia como voz
Los estudiantes chilenos, secundarios y universitarios, siempre han sido actores políticos activos.
Durante la dictadura se movilizaron contra el régimen militar y más recientemente, en 2006 y 2011, protagonizaron grandes movilizaciones callejeras por la calidad de la educación pública. En las que incluso el ahora presidente progresista Gabriel Boric inició su carrera política.
Y hace tres años, fueron estudiantes quienes iniciaron las protestas que derivaron en el estallido social que abrió la puerta a la redacción de una nueva Constitución.
Morales dice también que "hay problemas que no terminan de resolverse" en materias como el deterioro de las instalaciones escolares, la desigualdad de oportunidades y un sistema centrado en el castigo donde los estudiantes no se sienten tomados en cuenta, que han contribuido a la explosión de violencia.
"No hay una justificación de la violencia pero sí tenemos que hacer un llamado a resolver los problemas que hoy tiene el sistema educativo", planteó. "Los estudiantes relacionan la participación con manifestaciones", añadió la experta de UNICEF. Por lo que insiste en que las escuelas promuevan espacios donde los estudiantes y sus inquietudes sean escuchadas.
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Según ella, el impacto más agudo de la pandemia ha recaído en los jóvenes que regresaron a la escuela habiendo pasado por la pubertad en aislamiento.
Como el caso de Florencia Acevedo, una estudiante de secundaria de 16 años que lo pasó "muy mal" durante la pandemia. Dejó de ir a clases presenciales al terminar la educación primaria, estuvo deprimida y desmotivada con todo lo que antes la hacía feliz. "Y además tenía pocas horas de clases en las que aprendí poco y nada".
Según ella, las protestas son la única forma que tienen los estudiantes para ser escuchados. Y aunque rechaza la quema de autobuses del transporte público o los choques con la policía, entiende la ira.
"Entiendo a quienes lo hacen, porque uno muchas veces reacciona desde la rabia, la pena, el dolor", dijo, contando que muchas escuelas carecen de infraestructura básica como puertas y baños en buenas condiciones. "Lamentablemente estamos en una sociedad que muchas veces reacciona a la violencia. Si te doy violencia me vas a entregar lo que yo quiero".
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La joven relató además que, al volver a las clases este año, ha visto que los niños más pequeños se pelean mucho y parecen estar enrabiados todo el tiempo, mientras que entre los mayores de secundaria han aumentado los casos de acoso y agresión sexual.
El director ejecutivo de la fundación AcciónEducar, Daniel Rodríguez, dijo que quemar buses y enfrentarse con la fuerza pública no es plantear problemas en busca de soluciones. Sino un "ejercicio de violencia" repetido mecánicamente año tras año, desde hace tiempo, en Chile.
"Tampoco tenemos que demonizar o tratar de radicales o violentos a jóvenes que están insatisfechos con la educación que se les provee", planteó.
Es lo que ha sucedido constantemente afuera del INBA en Santiago, donde el profesor Esteban Abarca ha visto cómo aumentó el clima de agresividad entre los alumnos. En junio, el liceo incluso suspendió clases presenciales tras episodios de aguda violencia.
"Después de estos dos años tienen más reticencia al tema de la autoridad y la disciplina, hay un rechazo a figuras de autoridad", señaló el profesor.
Y afuera, en la calle, un aumento de la violencia en formas de protesta que no son nuevas. "Para nadie es cómodo estar haciendo clases cuando están quemando una 'micro' o agrediendo al rector. Hay una cuestión que se escapa de las facultades que tenemos dentro del colegio, tiene más carácter de algo delictual y en eso tienen que intervenir otros organismos".