Experiencia maorí: La solución debe nacer desde la región
Durante siete días una diversa comisión de la Región del Biobío visitó Nueva Zelanda para conocer de primera fuente la experiencia maorí; y a raíz de ese conocimiento sacar herramientas que se puedan utilizar en Chile para buscar un camino hacia la paz con el pueblo mapuche.
La comitiva la integraban autoridades del Gobierno Regional del Biobío, académicos de la Universidad del Biobío que a través del Ceti ejecuta el Programa de Diálogos Interculturales, representantes empresariales del sector agrícola, pesquero y forestal, lonkos e integrantes del pueblo mapuche, además de medios de comunicación.
Hay que partir de la base que el acuerdo entre los maoríes y la corona es estratégico. La llegada de inmigrantes principalmente franceses y holandeses en busca de oro generó una ola de violencia que desembocó en una guerra. Es en ese contexto que la corona británica busca en los maoríes un aliado para asegurar su poder en el territorio.
Tras intensas negociaciones, en nombre de la Reina Victoria (madre de la reina Isabel) y los principales líderes maoríes se firma un acuerdo el 6 de febrero de 1840 en Waitangi, bahía de las islas norte y sur. La verdad histórica da cuenta que hubo dos versiones por las barreras idiomáticas, pero en esencia son: Nueva Zelanda es parte de la corona británica, los maoríes son dueños de los tesoros del territorio y pueden explotarlos, y cada maorí tiene los mismos derechos y deberes de cualquier ciudadano británico.
El “Treaty” -tratado, en inglés- es hoy la base fundacional de un país desarrollado. No exento de problemas en el cumplimiento del acuerdo, los maoríes forzaron la creación de un Tribunal que resguardara el cumplimiento de los acuerdos, dando vida al Tribunal de Waitangi.
Con esa institucionalidad vigente, el Gobierno -que para los maoríes siempre son representantes de la corona- buscó la integración del pueblo originario, dedicándose en los últimos 50 años a concretar la mayor cantidad de acuerdos con los Iwi o comunidades que mantienen viva la cultura.
Una figura clave en la última década es el ex fiscal general y ex ministro para las Negociaciones del Tratado, Christopher Finlayson, considerado uno de los líderes para concretar acuerdos.
La firma de acuerdos y las disculpas
Una gran diferencia es que un Iwi tiene múltiples integrantes: se conocieron algunos de 9 mil integrantes, otros de 1.500, pero nunca menos que ese número, lo que dista mucho de los mapuches que son unidades mucho más atomizadas.
Independiente del número hay algunas cuestiones de base: la demanda por tierras parte de la base que la solución final pasa por entregar terrenos fiscales sin afectar el derecho a propiedad de los privados. La compensación económica se calcula en base al colectivo, no de manera individual.
El monto final debe ser aprobado por el Iwi y por el parlamento. La entrega del dinero -cifras millonarias- en ningún caso se reparten entre los integrantes, sino que es parte del acuerdo la inversión sostenible y duradera que permite a través de la generación de empresas obtener utilidades, que a la larga financian derechos sociales como la educación y la salud, en muchos casos. Algunos Iwi administran colegios que son gratis para los maoríes, otros ya van en la construcción de clínicas.
Un punto importante del acuerdo es el proceso de disculpas, que no pasa por solo decirlas. Se estructura un documento en que en nombre de la corona se pide disculpas por todos los vejámenes, violaciones y cualquier falta acreditada hacia la etnia. Eso se pronuncia públicamente. Finlayson, sin empacho, reconoció que a él le tocó pedir disculpas al menos 60 veces.
Una vez concretado el acuerdo, el Iwi se transforma en un auténtico holding de empresas que incursionan en sectores como el turismo -principal activo económico del país-, lechería, producción de carne e industria forestal; en este último punto, el 50% del negocio está en manos maoríes. Un ejemplo fue que a un Iwi se le compensó con 170 millones de dólares y 15 años después maneja un patrimonio de 1 billón de dólares.
El derecho a la lengua y la experiencia maorí
Primera demanda: la tierra. El camino está claro, quien quiera solución se somete a la herramienta, quien no se queda afuera. Así de simple. Los beneficios, eso sí, están a la vista. La segunda, al igual que el pueblo mapuche, es el derecho a la lengua.
En la década del 70, los principales líderes maoríes encabezaron protestas contra la corona por la discriminación a quienes hablaban en Te Reo. Con el correr de los años su uso iba en descenso con riesgo a desaparecer. Por esta razón, en 2013 se crea una ley que fomenta y financia una Comisión de la Lengua Maorí. Antes de su irrupción un 7% de la población hablaba la lengua, hoy ese guarismo sube al 11% y creciendo. Como los maoríes son dueños de colegios, ahí se enseña.
Nueva Zelanda es un país de 5 millones de habitantes. Casi el 8% de la población es maorí. Con los acuerdos e inyección de recursos el pueblo maorí concentra un importante eslabón en la cadena productiva y laboral del país. Viven con todas las comodidades de los mejores sectores acomodados de Chile con servicios básicos, internet y conectividad de primer nivel. Su espiritualidad se respeta y se divulga transformándose en el principal activo económico: no por nada pre-pandemia 4 millones de turistas llegaban a conocer la experiencia maorí.
En Chile, el conflicto está encapsulado en dos regiones, Biobío y La Araucanía, con ramificaciones en Los Ríos y Los Lagos. En Nueva Zelanda las dos islas tienen presencia maorí.
Esta conclusión lleva a que en la capital –Santiago- el conflicto no se vive, no lo sufren y solo se responde, como debe ser, con medidas policiales como respuesta a la violencia, sin embargo, no se dedica un ápice a la interculturalidad y al valor que hay en ello.
Con la nueva estructura estatal de Gobiernos Regionales se abre una posibilidad para comenzar a trabajar en ello. Desde las regiones debe nacer una propuesta hacia el nivel central para enfrentar el conflicto. La creación de una corporación que fomente la interculturalidad y la paz es una buena idea.
No todos los mapuches son terroristas, y los pacíficos, que son mayoría, piden a gritos que su cultura no muera. No por culpa de unos pocos esta parte del país debe perder la gran oportunidad que significa integrar al principal pueblo originario de Chile, sin discutir que el país es uno solo. A la vista está la exitosa, mas no perfecta, experiencia maorí.
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