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Hace algunas semanas, podíamos ver cómo desfilaban por redes sociales una serie de memes en torno al Coronavirus. Varios eran los que festejaban cómo esa ‘chispeza’, tan propia del chileno, que ironizaba con lo que todos los otros países del mundo temían y combatían.
Paulatinamente, en semanas empezamos a ver cómo se fueron confirmando diversos casos de contagiados en nuestro país, y hasta ese entonces (sólo unos pocos días atrás) era posible rastrear la línea de los contagios.
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Las autoridades de nuestro país no han cesado de repetir incansablemente cuáles son los principales cuidados que debemos tener para evitar una propagación del virus. En los supermercados, cada día se ven más vacíos los estantes de limpieza y desinfección, el alcohol gel y las mascarillas, pasaron a convertirse en nuestros nuevos fetiches sociales.
Covid-19, viniste a sacudirnos la vida a todos y a evidenciar lo mejor y lo peor de un ser humano que se resiste a aceptar que nuestra forma de hacer las cosas cambió. Y al parecer no hay retorno. Parece imposible aislar la crisis sanitaria de la economía, del mundo social y otras tantas formas de ser en el mundo. Pero aún así queremos aislarlo todo. Éste virus nos enseña que:
La empatía se activa una vez que el miedo es compartido. Si no, basta recordar los memes de hace 2 semanas con las imágenes de prevención que circulan ahora en las cadenas de whatsapp.
· Las fronteras son imaginarias;
· Los recursos son limitados y se agotan;
· Que los seres humanos necesitamos contacto físico. De lo contrario no habría tanta resistencia a dejar de saludarnos de beso, abrazo, apretones, etc.
· Que la empatía se trabaja y se construye, pero cada vez pareciera estar en peligro de terminar enterrada bajo la indolencia del individualismo.
Covid19, nos enrostra que no importa si yo no soy persona de alto riesgo; si yo no atiendo a los cuidados estrictos y necesarios para reducir la velocidad de contagio, expongo a mi vecina que sobrepasa los 80 años, a mi mamá con hipertensión, a un pasajero de la micro que lamentablemente era asmático y al hermano del amigo del colega de la oficina con inmunidad deficiente. Ésta crisis es una crisis de conciencia, de humanidad y de generosidad. El problema es que esas cualidades tienden a surgir al ser humano sobreviviente, no al que se prepara para evitar que las miles de muertes se generen.
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¿Qué se necesita de mí para colaborar en esta crisis?
¿Qué puedo hacer yo, aun cuando esté empezando a asustarme con las posibles consecuencias que todo esto nos traiga en la región, el país y el mundo entero?
Esta era es, o debe ser, de la colaboración, nos pide aprender rápido y aprender en red. Esto me recuerda un juego colaborativo, que un amigo en enero trajo a mi casa llamado, pandemia. Al igual que en ese pequeño tablero, no vamos a lograr el objetivo común, si una de nosotras y nosotros se queda abajo.
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