Confirman casi 3 mil hectáreas quemadas en Incendio de Quilpué
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Confirman casi 3 mil hectáreas quemadas en Incendio de Quilpué


Por Sergio Fuentes | 27 Febrero 2020 12:42
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- Ya se acerca un nuevo 8 de marzo, fecha en la que se conmemora el día de la mujer trabajadora y muchas de nosotras saldremos a la calle junto a otras mujeres, a visibilizar nuestras demandas de mayor justicia social y exigir el fin de la violencia machista.

No obstante, también en esta fecha, escucho de manera recurrente a mujeres y hombres decir: “Las mujeres son las peores con las otras mujeres”, “las mujeres nunca se ponen de acuerdo”, “las mujeres no pueden confiar en otras mujeres” y así.

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Este comentario lo he oído muchas veces, en cada taller, seminario, encuentro, charla que comparto con mujeres, sin importar el país o el idioma, cuando analizamos cuáles son los mayores obstáculos para el avance de nuestro género:

“Las mujeres pedimos visibilidad, pero no nos visibilizamos. Las mujeres queremos igualdad, y actuamos con sesgo. Las mujeres reclamamos justicia y nos ponemos a competir sin piedad entre nosotras. Las mujeres denunciamos discriminación, pero nos discriminamos. Hablamos mucho de hermandad pero, a la hora de, quedamos al debe al practicar dicha fraternidad.”

Estas situaciones son una expresión de la destructiva socialización que recibimos como mujeres desde niñas, que nos divide en buenas y malas, nos aísla e incomunica unas a otras, nos pone a merced de la comparación y la envidia y echa a perder todas las buenas intenciones. Basta analizar los cuentos de Disney para reconocer que nos han educado para ser enemigas.

Estas conductas son aprendidas. Porque esa enemistad ha sido construida socialmente y reproducida por nosotras mismas. Y esto es muy bueno, porque lo que se aprende, se puede desaprender y reemplazar por paradigmas, hábitos y conductas más constructivas y sanas.

Como género, somos el resultado de siglos de pedagogía para la desconfianza entre mujeres y la reproducción de nuestra desigualdad. De ahí nuestra incapacidad para lidiar con las diferencias y los conflictos entre nosotras de una manera no deshumanizante.

Ser una activista de los derechos de las mujeres, tampoco no es garantía de superar los sesgos del machismo. Existen en los feminismos mujeres que ejercen la violencia física, emocional y verbal, y hay quienes se dedican a difamar a otras por conveniencia personal, por ejemplo. Por eso es que, ad portas de un nuevo 8 de marzo, reafirmo mi convicción de que tan importante como aprender a luchar y a unirse, es romper con la socialización negativa y comprometerse con nuevas prácticas. 

De ahí que es crítica y muy necesaria la SORORIDAD.

¿Y qué es la Sororidad?

Sororidad es una palabra adaptada al español, que viene del inglés “Sorority” y significa hermandad. Sin embargo, cuando se usa en relación a las mujeres, implica un acuerdo explícito y estratégico de colaboración entre mujeres en contextos de violencia, machismo y desigualdad, así como prácticas éticas para fomentar el avance de mujeres con distintas capacidades y potencial dentro de una organización, colectivo o movimiento.

¿Y para qué sirve?

En la sororidad se encuentra la posibilidad de eliminar esa enemistad histórica entre mujeres en la que tanto insisten los cuentos clásicos. Marcela Lagarde, antropóloga mexicana, explica que el efecto poderoso de la sororidad es que: “los hechos positivos entre mujeres, marcados por claves de alianza, potenciación colectiva, y la consecución de mejores condiciones de vida para las mujeres tienen una doble repercusión subjetiva”.

Sin embargo, la sororidad no significa en lo absoluto que todas seamos amigas o la ausencia de conflictos entre mujeres. Aún si encontrásemos el modelo de sociedad perfecto y se lograra la total erradicación de la opresión femenina, el conflicto entre mujeres existiría, porque es una experiencia humana.

Y he aquí su doble beneficio. Si bien la sororidad no elimina el conflicto, nos ayuda a pensar en él como una oportunidad pedagógica, una instancia para ejercer una ética donde la controversia no es vista como un evento trágico, por lo tanto, hay reconocimiento del hecho que cada una porta un saber, que hace posible explorar nuevos paradigmas para resolverlos, o bien, permite aceptar que  podemos estar de acuerdo en el desacuerdo.

Ser capaces de lidiar con los conflictos fortalece la construcción de movimientos y organizaciones. Sin conflicto no hay discordia y sin discordia no hay colectividad, sólo dogmatismo.

El temido marzo 2020: una oportunidad

La sororidad requiere una práctica consciente, porque las mujeres somos personas, por lo tanto, seres falibles, imperfectos, con áreas rugosas, momentos de duda y retroceso, complejas, con sesgos y espacios vacíos. Aceptar nuestra humanidad diversa, contradictoria y conflictiva es un paso fundamental hacia esa liberación en hermandad que se nos muestra a menudo muy miope y esquiva.

La sororidad es una herramienta útil a la mujer en tanto colectivo humano, para compartir el análisis de los problemas, la información, superar los mecanismos tóxicos aprendidos, como el chantaje emocional, la manipulación y el dogmatismo vital. Individualmente, comprender la sororidad es liberarse de las violencias validadas, reproducidas y/o toleradas y comprometerse con una visión humana de una misma y de las otras mujeres, en la manera de vivir con ellas y entre ellas.

¿Suena difícil? Puede que lo sea, tenemos siglos y siglos de conductas reforzadas una y otra vez que tenemos que desaprender. Pero quien desea cambiar el mundo, debe ser capaz de cambiarse a sí misma.

Las opiniones vertidas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no representan necesariamente el pensamiento de www.sabes.cl El Diario Digital del Gran Concepción.

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