El Chile que viene
El oficialismo presenta preocupaciones y serias dudas ante lo que suceda en marzo próximo. Sin una bola de cristal, es difícil anticiparse. A lo que puedo aventurarme es a señalar hacia donde creo, entre todas las interpretaciones que puedan formularse, irá Chile. Nuestro país se ha sumado a este fenómeno mundial de protestas masivas, coordinadas, con un malestar profundo para con el ‘establishment’ y la clase política. Es un fenómeno que ha azotado y pillado por desprovisto al mundo. Con ciertos matices, hay variadas similitudes entre París, Barcelona, Quito, Bogotá y Santiago de Chile.
Lee también: Panacea Constitucional
Quienes se manifiestan hoy, conformando esa entelequia del “pueblo”, se ven en el espejo a sí mismos como una masa virtuosa, pura e incorruptible. Por otro lado, ven una clase política intratable, corrupta y desconectada de la realidad. Estamos frente a una dicotomía entre gobernantes y gobernados, que supone tensar los pilares básicos de la democracia liberal. Se ha comenzado a ‘estirar el chicle’ de la representación, pluralismo y el diálogo. No sabemos hasta qué punto puede estirarse. Por eso vemos por doquier funas, boicots y acusaciones constitucionales.
Sucede que el ciudadano de países que han alcanzado un cierto bienestar por medio de un desarrollo veloz, pero que con posterioridad ve trancado el progreso económico, pasa de la insatisfacción al reclamo masivo. Así, ven en el sistema político un agente que ya no responde a sus necesidades y que carece de legitimidad. Con la inmediatez del siglo en curso, el ciudadano se ha vuelto muchísimo más exigente en que sus demandas e intereses sean catalizados con rapidez. Cuestión que la democracia, como sistema político que requiere sus tiempos y análisis, pasa a ser cuestionada desde sus raíces. De allí el auge de regímenes autoritarios, que probablemente respondan rápido a intereses particulares, en desmedro de muchas garantías y libertades que la democracia consagra en su proceso.
Te interesará: Todos debemos
La opinión pública, como afirman Jaime Durán Barba y Santiago Nieto en “La política en el siglo XXI”, será cada vez menos moldeable y más difícil de conducir, representando un desafío de proporciones para los liderazgos políticos. A medida que los intereses de la masa no se ven satisfechos con prontitud, se demandará con celeridad una mayor intervención del Estado. Ante la impaciencia chilena, las protestas no cesarán, y la violencia, ante un sector político que la ha azuzado, se mantendrá como mecanismo de expresión política.
¿Qué queda entonces? Para quienes somos liberales y demócratas, nos queda defender a rajatabla la democracia y sus instituciones, que ponen la pausa necesaria al fervor iracundo de “la calle”. Rechazar la violencia sin ambigüedad alguna ni medias tintas. Propiciar el diálogo como mecanismo de resolución de conflictos y con el apoyo de los contrapesos necesarios a nuestros poderes públicos, buscar soluciones plausibles y responsables para los problemas sociales que aquejen a Chile. Vamos todos en el mismo barco y, a diferencia de lo que algunos creen, nadie sobra en él.
Las opiniones vertidas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no representan necesariamente el pensamiento de www.sabes.cl El Diario Digital del Gran Concepción.