En pleno corazón de Tomé, sobre la calle Sotomayor y uniendo tres de las vías más importantes de la ciudad, se levanta el "Puente de los Aburridos". Más que una simple estructura de cemento, es un lugar cargado de historia que se ha convertido en un punto de referencia para generaciones de tomecinos.
Su nombre, curioso y a veces motivo de risas, no proviene de ninguna ofensa, protesta o error, sino de un hábito social que ha perdurado por más de un siglo.
La historia del puente está íntimamente ligada al crecimiento de Tomé durante el auge molinero y portuario de mediados del siglo XIX, cuando casi el 70% de la harina chilena que se exportaba a California durante la Fiebre del Oro salía desde el puerto de Tomé.
Según explica el escritor tomecino Rolando Saavedra en Viento de Nostalgia, Leyendas y Miradas de Tomé, en 1853, gracias a la generosidad de don Juan de Dios Maldonado y doña Rosa Pineda, se donó un terreno para la Plaza de Abastos, donde hoy se ubica el Mercado, a un costado del estero Collén.
Esta obra impulsó la apertura de la entonces llamada "calle del Cerro Cortado", hoy calle Sotomayor, y por ende, la construcción de una estructura que en ese entonces era de toscos trozos de madera, sostenidos por pilares de eucalipto o pellín. Esto, para conectar vía terrestre a la ciudad entre lo que conocemos hoy como California y cerro El Santo, con el plano y el centro comercial de Tomé.
Sin embargo, la implementación de esta calle implicó la destrucción de un pequeño cerro que "como atalaya decoraba el valle tomecino", el cual no tuvo oportunidad de defenderse, denuncia el historiador, pues fue atacado con "picotas y palas". Sus vestigios persisten entre las calles Egaña, Mackenna, Montt y Sotomayor, y el montículo mayor, detrás de la Iglesia Parroquial que está frente a la Plaza.
Las fuertes lluvias de los inviernos provocaban también en esos años crecidas del Collén, arrastrando las estructuras del puente al mar constantemente. En 1951 la administración comunal inauguró el puente actual, de cemento, más resistente, seguro.
Su cercanía con el Mercado convirtió al "Puente de los Aburridos" en un lugar de paso obligado para comerciantes y cargadores, pero también en un sitio de permanencia para quienes esperaban trabajos ocasionales.
Allí se sentaban en las antiguas barandas de madera esperando que alguien requiera de sus servicios para transportas bultos, cargar o descargar un camión o carretón con mercaderías, o ayudar en una eventual faena.
"Este puente cumple sobradamente su función de tránsito y comunicación, pero lo que lo hace característico, no es su largo ni su ancho, sino el ser un puente de estadía para vagos, ociosos, cesantes y curagüillas, que han encontrado en él apropiada sede de reunión, justificando con su diaria presencia el nombre, el que de ninguna forma logra ofenderlos", explica el autor en su libro.
La estructura actual cuenta con unas barandas de pilares de cemento pero además, a ambos lados de la acera, con unos muros de defensa que impiden que los vehículos invadan la vereda o paso de peatones.
Estos mismos muros llevan décadas sirviendo como mostradores improvisados para vendedores de nalcas, murtillas, digüeñes, aceitunas y hierbas medicinales que llegan desde el Tomé rural y desde varias localidades de Biobío y Ñuble.
De esta forma, el puente de los aburridos se ha convertido en un punto de encuentro icónico y trascendental en el centro de Tomé, considerando su rol de conector de las calles O'Higgins, Sotomayor y Vicuña Mackenna.
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