09 agosto 2025
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El regreso a Concepción de una niña adoptada ilegalmente

Judith fue adoptada ilegalmente en Francia y se enteró ya de adulta de que sus orígenes estaban en Barrio Norte, Concepción, Chile. 42 años tuvieron que pasar para que pudiera reencontrarse con su familia. Ella es una de las más de 20 mil víctimas de adopciones ilegales que ocurrieron en nuestro país durante la dictadura. En este reportaje se narra el reencuentro de los Muñoz Molina.

Por Cristian Ascencio | sábado 9 agosto 2025 - 10:31
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Son las 9 de la mañana del domingo 3 de agosto y, tras varios días, paró de llover en Concepción. La casa de los Muñoz Molina, en Barrio Norte, está adornada con globos, serpentinas doradas y en una mesa, en un pequeño patio techado, hay algunas bebidas y cosas para picar. Se siente la ansiedad. Mucha. Myriam, la mamá, quiere fumar, pero sus hijas Orietta y Andrea prefieren no acompañarla esta vez. 

Pedro, el papá, obrero de la construcción, dice: “Nos amanecimos”. Andrea agrega que con su hermana, Orietta, se la pasaron toda la noche conversando: “Hablamos y hablamos de lo mismo”.

-¿De qué hablaron? ¿de su niñez o de cuando se enteraron de que Judith estaba viva en Francia? 

-Más que nada hablamos de la espera. De cómo va a ser el momento de conocerla.

Son las últimas horas de esa espera que ha durado 42 años. En 1983 los Muñoz Molina eran una familia joven con tres hijas que alimentar: Orietta de 5 años, Viviana de 4 años y Judith de 2. Chile estaba en plena crisis económica. En ese contexto Myriam se entera de que está nuevamente embarazada. Decide buscar ayuda con una asistente social del consultorio Tucapel. “Fue el comienzo de todo lo malo”, asegura Myriam. 

Les ofrecieron internar a sus dos hijas menores en un hogar mientras encontraban trabajo. Orietta recuerda cuando las llegaron a buscar. “Estábamos en el patio jugando a que éramos un programa de la televisión. Mi mamá me dijo que se iban a llevar a mis hermanas a un paseo y que me quedara en el patio. Pero la seguí y vi cuando metían a mis hermanas a un auto negro, con las cabezas tapadas. Mi mamá se quedó llorando”, relata sobre ese día.

Myriam agrega: “El trato era que nos las iban a devolver. Ya me habían tratado de convencer de que las diera en adopción, pero yo me negué. Cuando fuimos a buscarlas al hogar, no estaban. Después fuimos a otros hogares y tampoco estaban”.

Mucho tiempo después en el juzgado de Familia de Concepción, les dijeron la verdad: Judith y Viviana habían sido enviadas en adopción al extranjero. 

Pañoletas amarillas y adopciones ilegales

Son cerca de las 10 de la mañana. Andrea y Myriam miran en la pantalla de un celular la transmisión, desde el aeropuerto de Santiago, de la fundación Hijos y Madres del Silencio. Un grupo de miembros de esa organización, con pañoletas amarillas al cuello, esperan la llegada de Judith. Pasan al lado de ellos cientos de pasajeros que acaban de desembarcar del vuelo 406 de Air France. 

Pedro y Orietta se unen y todos ven juntos el celular. Al otro lado de la pantalla la integrante de Hijos y Madres del Silencio que realiza la transmisión, explica el contexto: después que se llevaron a Judith y Viviana, los Muñoz Molina buscaron durante años a sus hijas en diferentes hogares de menores, sin resultados. Orietta, la hermana mayor, siguió con la búsqueda cuando ya era adulta. Encontró los registros de nacimiento de sus hermanas en Chile. Supo que habían sido inscritas en un hotel de Vitacura antes de que las sacaran del país, que ambas terminaron adoptadas en Francia por la misma familia y que una conocida jueza de Concepción firmó la autorización para que se las llevaran. 

La narradora también explica que no es ni de lejos el único caso: han tenido reencuentros ese mismo mes y en una semana más habrá otro. “Casi todas las semanas hay personas llegando a Chile, víctimas de adopciones ilegales, que vienen a reencontrarse con sus familias”, explica.

A 500 kilómetros al sur, los Muñoz Molina contienen la respiración. Judith aparece y la gente de la fundación, incluidos dos familiares que viven en Santiago, la abrazan. Myriam no puede aguantar las lágrimas al ver a su hija llegar por fin a Chile, aunque sea a través del celular. Pedro le da un beso en la cabeza. Judith cada vez está más cerca. 

Más de 20 mil adopciones ilegales

El Poder Judicial acumula más de 1.300 denuncias en Chile de robo de niños para adopciones ilegales. La investigación sobre estos casos, iniciada por el ministro Mario Carroza, cifra en más de 20 mil los niños que fueron enviados de manera irregular al extranjero. Los principales destinos fueron Suecia, Francia e Italia y la mayoría de los casos ocurrieron durante la dictadura, aunque hay algunos en plena democracia.

Sólo en la Región del Bío Bío la fundación Hijos y Madres del Silencio acumula más de 200 denuncias. 

Los modus operandi más repetidos fueron dos: se engañaba a madres jóvenes y pobres de que sus hijos habían nacido muertos o, cuando se trataba de niños ya crecidos, se les convencía de internarlos temporalmente en hogares de menores. Esta última forma fue la utilizada en el caso de la familia Muñoz Molina. “Me hicieron firmar papeles porque yo no sabía leer”, explica Myriam.

En las redes que se apropiaron de niños participaron asistentes sociales, personal de la salud, sacerdotes, monjas, abogados y jueces. Aunque aún no hay condenas, actualmente hay una solicitud de extradición contra una exjueza. Se trata de Ivonne Gutiérrez, quien en los 80 se desempeñó como jueza de Familia de San Fernando. En su caso habría participado de la venta de unos 50 niños. Gutiérrez habría sido socia en este delito con el sacerdote italiano Alpestre Piergiovanni. La investigación judicial estima que la red lucraba con estas adopciones. Recibía hasta 50 mil dólares por niño.

Después de que surgieran una serie de denuncias contra la jueza, en plena dictadura, ésta huyó hacia Israel, aprovechando que su esposo tenía nacionalidad israelí. Allá adoptó el nombre Ivonne Bronfman. Actualmente tiene 85 años.

Eso sí, en buena parte de estas causas los funcionarios sindicados como responsables por estas adopciones ilegales están muertos. Por ejemplo, la jueza Silvia Oneto, quien firmó varias autorizaciones para adopciones ilegales en la Región del Biobío, entre ellas las de las hermanas Judith y Viviana, falleció en 2019. Nunca fue juzgada e incluso su último cargo en el Poder Judicial fue el de ministra de la Corte de Apelaciones de Concepción. 

La carta a Pinochet

Judith perdió la conexión del vuelo en Santiago. A los 42 años de espera por ese reencuentro se le suma una hora más. Myriam y Andrea ya no aguantan y se fuman otro cigarro antes de salir al aeropuerto Carriel Sur. Myriam recuerda cuando fue a ese mismo aeropuerto poco tiempo después de que se robaron a sus hijas. “Mi mamá me ayudó para escribirle una carta al presidente. Era Augusto Pinochet. Nos enteramos que venía a Concepción. Fui con mi hija Andrea en brazos, crucé la seguridad y se la entregué en la mano. Le dije que era urgente que la leyera”.

En la carta le explicaba que funcionarios se habían llevado a sus hijas y que las habían dado en adopción sin su consentimiento. No sabía si ellas estaban bien. Días después, recuerda, la fueron a visitar unos abogados. “Me dijeron que los papeles estaban en regla, así que la adopción era legal”.

“Tal vez se arrepintió”

Es el mediodía y en la pantalla del aeropuerto Carriel Sur se anuncia el vuelo de Judith como “aterrizado”. Myriam, Pedro, Orietta y Andrea se ubican tras la pared de vidrio, justo frente a la escalera mecánica por la que bajan los pasajeros hasta el área de desembarque. Con ellos también está Rodrigo, el quinto hijo de los Muñoz Molina. Rodrigo no existía al momento del robo de sus hermanas, pero conoce bien la historia familiar y el dolor que ha significado para sus padres. Más aún porque Judith y Viviana no son los únicos hijos que perdieron. Pedro, otro de los hermanos, murió a los 21 años ahogado en la laguna Las Tres Pascualas, después de intentar sacar una pelota de fútbol. “Han sufrido harto”, dice Orietta. También llegaron al aeropuerto dos sobrinos (pero hay varios más esperando en la casa la llegada de la tía de Francia).

Bajan todos los pasajeros, recogen hasta la última maleta… Judith no aparece. “Tal vez se arrepintió”, dice un sobrino. Los Muñoz Molina siguen mirando la escalera, esperando. 42 años, más días, más horas, más minutos…

Una figura delgada, con una pañoleta amarilla en el cuello, baja por la escalera. Sonríe. No alcanza a cruzar la puerta y todos se abalanzan sobre ella. La abrazan largo, en silencio. Una guardia de chaleco rojo trata de explicarles que no pueden estar ahí en medio de la salida, que tienen que moverse más atrás, pero nadie la escucha. Judith habla muy poco español y sus padres y hermanos casi ni una palabra de francés. No hace falta.

*Este artículo se realizó en colaboración con el medio @reportessilenciados. Crédito de la foto principal: Esteban Muñoz.

Judith junto a su madre, hermanas y una sobrina, en Laguna Lo Galindo.

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Cristian Ascencio
Publicado por

Cristian Ascencio

Periodista sureño. Con experiencia en investigación y periodismo colaborativo.

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