Locatarios del Mercado Central de Concepción recorrieron las ruinas de sus antiguos puestos y reviven la emoción de volver al lugar que marcó sus vidas.
Más de doce años después del incendio que redujo a cenizas uno de los emblemas más entrañables del centro penquista, los antiguos locatarios del Mercado Central de Concepción volvieron a reencontrarse con las ruinas del lugar que durante décadas fue su vida, su sustento y su hogar.
En una emotiva jornada de reapertura simbólica realizada ayer junto con el Gobierno Regional y la Municipalidad, muchos locatarios, hoy adultos mayores, caminaron nuevamente por los pasillos donde alguna vez vocearon precios, ofrecieron sabores del campo y vendieron hierbas o frutas frescas, mientras la ciudad entera se agolpaba entre los estrechos pasillos del mercado más popular de la Región del Biobío.
Donde estaban las carnicerías, en el área de calle Rengo, ya no queda nada, sólo la estructura principal. En el centro, donde estaban las hierberías y los pasillos principales, sólo hay pasto, piedra y trozos de madera que rodean la emblemática fuente. Por los bordes de calle Freire y Maipú, aún hay restos de estructura e incluso letreros de las antiguas cocinerías populares que allí había. Incluso quedan carteles con los precios a los que, en ese entonces, se vendían colaciones.
Durante el mediodía de ayer, algunos se detuvieron en el mismo punto donde estuvo su puesto. Otros miraron entre las ruinas trozos de madera quemada o fierros corroídos por el tiempo, intentando reconstruir con la memoria lo que ya no está. "Aquí, este era mi local. El local 114, Hierba Natural. Yo nací acá, me criaron en cajas de cartón. Este lugar fue mi cuna", recuerda con la voz entrecortada María Ramos, quien dedicó toda su vida al mercado.
De hecho, para ella y para muchos, la emoción de pisar nuevamente ese suelo, resbaloso y lleno de musgo, no solo remueve el pasado, sino también abre aún más el anhelo: “Ahora el llanto es con esperanza. Cambia la forma. Entramos con el deseo, la ilusión, de lo que va a venir”.
La jornada también sirvió para honrar a quienes ya no están. José Guillermo Arroyo, uno de los históricos dirigentes, no pudo evitar la emoción al recorrer el sitio donde por años funcionó el local de su esposa: una cocinería bautizada “El Rincón de Chelita” y también el puesto donde él atendía. “Es algo tremendo, muy emotivo. Comenzamos este peregrinar en el año 80 y ahora volvemos, representando a 115 compañeros, muchos de los cuales ya no están”, dijo. En conversación con SABES mostró que, de su antiguo puesto, no queda nada: ni tambor, ni letrero, solo polvo y recuerdo.
Aun así, lo que permanece es la identidad colectiva que se forjó entre esos muros. Para los locatarios, el Mercado Central no era solo un recinto comercial, era una comunidad. “Nosotros no nos vemos como comerciantes que vienen a lucrar, somos una gran familia”, afirma María Ramos.
Esa hermandad, forjada entre el aromas culinarios, el bullicio y el esfuerzo diario, aseguran, sobrevive al fuego: "Anhelamos volver a a renacer como el ave fénix y de la ceniza levantarnos para poder volar alto, muy alto", expresó la locataria llena de emoción y optimismo.
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