De seguro alguna vez la has visto. Cientos de estudiantes pasan día a día frente a ella. Una piedra musgosa realza en la vereda de Barros Arana con Ainavillo. Sin embargo, pocos se detienen a mirar con atención, pensar en la historia y menos aún a reflexionar sobre el profundo significado que se encierra en su grabado. "Aquí se defendió la vida y la libertad, se recuperó la esperanza y la dignidad. Aquí funcionó la Vicaría de la Solidaridad".
Era 11 de septiembre de 1973, tras el bombardeo a La Moneda, se instauró la dictadura liderada por Augusto Pinochet. En respuesta a la represión, que incluyó detenciones arbitrarias, desapariciones, torturas y ejecuciones extrajudiciales, la Iglesia creó el Comité Pro Paz para brindar asistencia a las víctimas.
Tras el cierre forzado del Comité en 1975, el Arzobispado de Concepción formó el Departamento de Servicio Social para continuar apoyando a los afectados y sus familias. Este funcionaría bajo ese nombre desde 1976 hasta 1983, donde pasaría a llamarse Pastoral de Derechos Humanos de la Santísima Concepción y estaría bajo la tutela del director eclesiástico, Carlos Puentes, y una directora ejecutiva, Martita Wörner.
Las labores de la Pastoral, popularmente conocida como Vicaría de la Solidaridad, se desarrollaron en una casona que formó parte del arzobispado desde 1942. La amplia residencia, ubicada en la esquina de Barros Arana y Ainavillo, funcionó por años como un hogar estudiantil hasta que, por solicitud del arzobispado, se instalaron ahí los defensores de los derechos humanos.
María Eliana Vega, periodista que trabajó en la Pastoral entre el año 1985 y 1989, menciona que en el edificio se enfrentaban a todo tipo de personas pidiendo ayuda. “Llegaba gente a hacer denuncias, a plantear las situaciones que estaban viviendo. Personas que habían sido detenidas, a veces llegaban familiares y víctimas de amedrentamiento. También algunos que tenían miedo y querían irse del país y personas que estaban en situación muy precaria e iban a pedir ayuda”.
A pesar de su gran labor social por Concepción, el edificio que una vez albergó las actividades de la Pastoral ya no existe. Hoy en día, el único recordatorio tangible del esfuerzo y la historia de estas personas es la piedra a las afueras de la pastoral. Instalada por ellos mismos, la decisión de poner una piedra fue simplemente para que las personas no la pudieran romper o sacar de manera sencilla.
Con el término de la dictadura, la Pastoral de Derechos Humanos de Concepción cerraría sus puertas durante enero del año 1992. Esto llevó a que la casona, donde la pastoral realizaba sus actividades, se pusiera a la venta. La principal razón, era el alto valor de mantención que tenía la casa.
Para Martita Wörner, la exdirectora, la venta de la casa fue “un error histórico”. Según afirma, el edificio estaba destinado a convertirse en un centro de estudio y de educación en derechos humanos, pero el cambio de arzobispo generó un desinterés que, unido a los factores anteriormente mencionados, llevó a la venta del inmueble.
La abogada piensa que debía haberse conservado el edificio. "Ahí hay historia de mucho dolor, de mucha tragedia, de mucho horror, de mucha muerte que llevaban los testimonios de las personas que buscaban a sus seres queridos".
"Pero a la vez, había vida, había esperanza, había deseo de libertad, había coherencia y había valentía. Todo eso estaba en esas paredes. Había historia, en la que después se fundó lo que vino, la libertad”, concluyó Wörner.
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