Parkinson y soledad: La pandemia después del Covid-19
James Parkinson nació el 11 de abril de 1755. Por eso cada 11 de abril, la OMS conmemora el Día Mundial del Parkinson, aunque en un inicio (1817) se le denominó parálisis agitante.
202 años más tarde, la pandemia Covid 19 llegaba para contagiar a más de 700 millones de personas, y dejar, según estimaciones de la OMS, cerca de 15 millones de fallecidos en todo el mundo. Los usuarios con Parkinson no tienen más probabilidades de contraer Covid 19, pero lo que sí está documentado es que las secuelas negativas indirectas del aislamiento social, la soledad, los problemas de salud mental, y el empeoramiento en las capacidades motoras y no motoras, son altamente prevalentes en usuarios con Parkinson que tienen, o tuvieron, Covid 19.
Existe un aumento en los estados de salud mental alterados en usuarios con Parkinson, la ansiedad, irritabilidad, trastornos del sueño, alteraciones cognitivas, síntomas depresivos, apatía, fatiga generalizada, estados de ánimo en límites inferiores al normal, irritabilidad, estrés psicológico, entre otros, se han visto en un considerable aumento en los últimos dos años. Al parecer, todo indica que es preciso comenzar a desprendernos del protagonismo del Covid y centrarnos en las consecuencias que una pandemia ha traído en personas altamente vulnerables, como los usuarios con Parkinson.
En el mes de su conmemoración, y cumpliendo más de 200 años documentado, el Parkinson debe ser nuevamente observado como un problema que precisa de los esfuerzos de los equipos de salud. Al parecer, se está volviendo exageradamente necesario comenzar a hacernos cargo de lo que la pandemia nos dejó como secuelas, por ejemplo, esta alta probabilidad de soledad y aislamiento social en personas con Parkinson, que puede significar en deterioros físicos y cognitivos sin precedentes respecto del normal desarrollo de la propia condición.
En Chile, se estima que existan unos 40 mil usuarios con Parkinson, y es preciso volver al objetivo, la salud de las personas no es solo la ausencia de la enfermedad, sino un completo estado de bienestar. Para quienes padecen de una condición específica, debemos volver a centrarnos en promover la mejor calidad de vida posible.
Países del primer mundo han comenzado con programas de alerta de salud mental post pandemia, con intervenciones psicológicas activas, y financiando espacios para retornar a estados de bienestar, tanto en aspectos, físicos, mentales como sociales. Debemos cuestionarnos si seguimos destinando todas las energías en atacar problemas, o si reservamos algo de recursos y energías para evitar los próximos, con un foco centrado en la prevención, restablecimiento y recuperación de la salud de las personas. Solo así podremos evitar aumentos en las incidencias de eventos adversos en todas las enfermedades no transmisibles, y todo esto, como secuelas de una pandemia que, lejos de irse, ahora nos está mostrando sus reales efectos. Debemos aprender de la historia, porque es justamente después de una pandemia, cuando se han generado los mayores problemas de salud en el mundo, solo basta recordar lo sucedido post gripe española (1918) o post viruela negra (1520).
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