La cultura: medicina para el futuro
La historia que se nos ha contado de Chile y la cosmovisión sociocultural de su identidad tiene un marcado posicionamiento que día a día se pone en crisis, evidenciando una dualidad de realidades: La validada y la desconocida.
Este relato históricamente se ha posicionado desde una realidad que se construye bajo el alero y la racionalidad binaria de oposición representada en “civilización y barbarie”, “bueno o malo”, “desarrollo o pobreza” o cualquier tipo de sinónimos asociados a estos conceptos. Esta fuerza intelectual ha gobernado a las plumas del relato histórico escrito por un sector de la realidad quien opta por precisar el ordenamiento bajo aquellos preceptos ligado a la modernidad por sobre lo existente. Así, el tema de las relaciones socio-históricas de los actores se va evidenciando no sólo en los discursos, sino en la cotidianeidad y en el territorio.
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Todos los conflictos anteriormente mencionados entran en tensión en el campo de la cultura, ya que es nuestro fértil campo para el desarrollo de las personas y las sociedades, siendo eje diferenciador de la/s identidad/es que incide/n a las esferas económicas, políticas, sociales, medioambientales, educacionales y patrimoniales.
De lo anterior surge el valor inconmensurable de la cultura como medicina para la desconexión con nuestro ser social colectivo, ya que nos otorga sentido a nuestras vidas, nos vincula con un colectivo, con una historia sociocultural, a una continuidad de la cotidianeidad y una vinculación con el medio físico y natural.
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A través de ella nos definimos y entendemos al mundo, a nosotros mismos y cómo actuamos racional y emocionalmente en él. Para el desarrollo de un territorio, la cultura juega un rol fundamental, entendiéndolo como un proceso complejo que busca mejorar las condiciones de vida de las personas desde diferentes esferas, representado física o simbólicamente con el patrimonio -Sea material o inmaterial- como también la identidad, que es el conector con una realidad superior que nos genera pertenencia y amor con nuestra cosmovisión histórica.
A modo de reflexión, la cultura nos permite centrarnos en la forma, en cómo las personas decidimos vivir en conjunto, de acuerdo a nuestras creencias y valores compartidos, por ende podemos preguntarnos ¿De dónde somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos?. Respondiendo estas interrogantes iniciamos la construcción de una resignificación que rompa la lógica de desconexión sociocultural que hemos estado reproduciendo consciente o inconscientemente durante años.
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