La cultura de la violación
La formalización de Martín Pradenas por los delitos de abuso sexual y violación contra Antonia Barra y la decisión judicial que determinó su prisión preventiva, la cual cumple desde el viernes 24 en la cárcel de Valdivia, levantó en las redes sociales el debate sobre la Cultura de la Violación.
La cultura de la violación es un paradigma social donde se culpabiliza a la víctima de las agresiones sexuales, se cosifica a las mujeres, se normaliza la violencia sexual y se promueve un modelo de masculinidad con conductas predatorias.
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Esto es un problema global. Vivimos en sociedades donde la violencia sexual es una experiencia común, sobre todo para las mujeres y los niños y niñas. Las Naciones Unidas señala que 120 millones de niñas de todo el mundo han sufrido algún tipo de agresión sexual en algún momento de sus vidas, antes de los 12 años.
La violencia sexual puede afectar a cualquier mujer, sin importar su edad, raza, peso, nivel educativo, conducta u orientación sexual, ocupación o estado civil. El estereotipo de que sólo las mujeres “jóvenes y bonitas” - lo que sea que signifique esto- están expuestas a ser agredidas, es sólo eso, un ignorante cliché.
Una muestra clara de la cultura de la violación es la creencia de que “cuando una mujer dice no, en el fondo quiere decir sí” o “sí está borracho o borracha, no importa” o que nuestra ropa, nuestra forma de ser o los lugares que frecuentamos determinan un pre-consentimiento para las relaciones sexuales.
Todos y todas participamos de la cultura de la violación, que tiene su raíz en el machismo, ya sea como víctimas de ella o fomentando su reproducción, a través del lenguaje o validando conductas que perpetúan la idea de las mujeres como objeto y los hombres como cazadores.
Esta semana, en el contexto de la formalización de Martín Pradenas pude identificar en las Redes Sociales la cultura de la violación operando cuando:
- Se clasifica a las mujeres en “decentes” o “indecentes” según su comportamiento sexo-afectivo.
- Suponemos que los hombres son seres incapaces de controlar sus impulsos o que deben probar su masculinidad con “andar de caza” en cada fiesta o decirle “piropos” a todas las mujeres.
- Culpamos a las víctimas de la violencia sexual que sufren o nos burlarnos o las avergonzamos o censuramos por sus experiencias.
- Se hacen chistes sobre el delito de violar o desear la violación de alguien como castigo, incluso si se trata del agresor mismo. La condena del violador o agresor sexual debe servir para generar cambios en la sociedad, no es una oportunidad para el Ojo por Ojo.
La publicidad, los chistes, las letras de algunas canciones, la TV... nos hacen pensar que es algo inevitable. Pero no es así. Lo cultural se puede cambiar y hay una forma de transformar la cultura de la violación por un paradigma más saludable, más equitativo y seguro para mujeres y hombres.
La clave para generar el cambio es educar en el consentimiento. Esta idea va más allá del plano sexual, se refiere a todos los planos de la vida. No hay que obligar a nadie a hacer algo que no quiere.
Desde la infancia nos acostumbramos a no ser los dueños de nuestros propios actos. Por ejemplo, cuando unos padres obligan a su hijo a dar un beso a alguien que no quiere y, aún así, le presionan para que lo haga o celebran que el niño levante el vestido de la niña o la niña arrincone al niño para “robarle” un beso.
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El consentimiento incluye el respeto por los límites de los demás y el acto de consentir debe ser claro e integrar la claridad verbal, el lenguaje corporal y la disposición emocional.
Si vemos que estas tres condiciones no se presentan o dudamos de la presencia de alguna de ellas, entonces no existe el consentimiento, porque este no admite dudas.
El consentimiento es algo que podemos comenzar a practicar hoy y sólo requiere de nuestra voluntad y comprender de una vez y sin que tengamos que repetirlo que NO ES NO.
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