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Quiero tomar como referencia lo planteado sobre el teletrabajo en la excelente columna escrita por Pilar Pardo, para abordar esta realidad laboral desde los retos que plantea a la equidad de género y la conciliación de la vida personal, laboral y familiar.
La contingencia derivada de la pandemia por el Covid-19 puso al teletrabajo como una solución rápida y temporal para responder a las limitaciones impuestas por la cuarentena. Sin embargo, esta forma de trabajar no es nueva y, con la ley promulgada el 26 de marzo, está claro que su uso no estará reducido a la duración de la emergencia sanitaria.
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Soy teletrabajadora desde el año 2011 y, en ocasiones, mis empleadores han estado en lugares tan remotos y diferentes en horario, idioma y cultura, como Boston, Paris o Riad. He aprendido por experiencia los desafíos que implica esta forma de trabajar y me gustaría compartir con ustedes mis impresiones al respecto.
Lo primero que cambió para mí, fue que no tenía que cumplir una jornada de horas, sino objetivos, por lo tanto, el trabajo basado en conocimiento y mi capacidad de transferirlo a un cliente de manera creativa y eficaz, se convirtió en mi nuevo paradigma de servicios.
El uso de las TIC. El computador, las aplicaciones de comunicación y tener la mejor conexión a Internet posible, se convirtieron en mis herramientas de trabajo indispensables.
La necesidad de un nuevo equilibrio entre mi vida laboral y personal.
Esto fue complicado en un principio, ya que me topé con las percepciones culturales sobre el trabajar, el ser mujer y el estar en casa, por ejemplo: Que trabajar desde casa implicaba que tenía “todo el tiempo del mundo” para atender visitas, ir al mercado, cocinar, limpiar la casa, porque total “estaba ahí mismo” y que no necesitaba un espacio y condiciones determinadas para trabajar, porque yo podía ubicarme “por ahí, en un ladito de la mesa del comedor”.
La combinación de trabajo y vida en el mismo espacio con frecuencia deja a los trabajadores, especialmente a las trabajadoras, en una situación doblemente difícil. En estos casos muchas mujeres se sienten culpables por no estar disponible para la familia aun estando físicamente en el hogar y, ante sus clientes o empleadores, por no estar haciendo su trabajo mientras están atendiendo a la familia.
Por lo tanto, el equilibro entre la vida personal, familiar y laboral, es un factor indispensable en la configuración del teletrabajo. El teletrabajo en sí no precariza si se mantienen condiciones laborales respetuosas de los derechos de las y los trabajadores, pero si puede aumentar la presión sobre las mujeres si no se desarrolla a través de un plan de equidad para fomentar la conciliación entre las distintas dimensiones de la vida de las personas trabajadoras.
Hay que tener cuidado de no estereotipar el teletrabajo como algo que ayuda sólo a las mujeres a desempeñar mejor los roles familiares o de cuidado. El teletrabajo es una oportunidad para que los trabajadores miembros de un grupo familiar compartan la corresponsabilidad de la crianza, el cuidado y lo doméstico. Esta forma de trabajar nos desafía a replantearnos la organización de la vida cotidiana, los tiempos de descanso y labores, los acuerdos de pareja y parentales con respecto a la crianza, la atención de niños o personas mayores que tengamos a cargo. Implica una mayor y mejor comunicación entre los miembros de la familia y que las empresas asuman a sus trabajadores y trabajadoras como seres multidimensionales, con realidades materiales, afectivas y sociales diversas, que siempre pueden influir en el desempeño laboral pero que, en materia de teletrabajo, influyen directamente.
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Afortunadamente, mi experiencia con el teletrabajo ha sido un aprendizaje positivo para mí y las personas que me rodean. En estos años, he podido capacitarme, viajar y explorar otras rutas laborales, de emprendimiento y desarrollo personal. Algunos miembros de mi familia han adoptado el teletrabajo de una forma total o parcial. Los roles de cuidado y las tareas domésticas se han redistribuido y existe corresponsabilidad.
El teletrabajo exige un cambio cultural, tanto a nivel social como empresarial, de los paradigmas masculinos y femeninos con respecto a las personas que trabajan. Esto requiere capacitación, flexibilidad organizacional y perspectiva de género incorporada en los sistemas de gestión. La idea es que la productividad se mantenga o aumente, al mismo tiempo que aumenta el bienestar bio-psicosocial de las personas y, por ende, su calidad de vida.
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