Soy el producto de todas las mujeres que he conocido
Mi nombre es Vanessa Rivera de la Fuente, soy Relacionadora Pública y educadora comunitaria. Trabajo como consultora en equidad de género, fortalecimiento organizacional y proyectos sociales. Tres conceptos articulan mi labor: Mujeres, Educación y Comunidad.
Soy el producto de todas las mujeres que he conocido.
De mis ancestras aprendí a defender mi verdad y a no tener miedo de asumir mi historia de vida, con mis aciertos, mis errores… ¡y mis horrores! Aprendí de mi madre que no hay que callar ni tener vergüenza de nombrar a quienes nos oprimen, porque los costos del silencio son siempre terribles y carísimos. De mi hija, aprendo cada día a ser fuerte y audaz, a no dejarme encasillar en los estereotipos ni hacer caso a los prejuicios. Mi hermana menor me enseña el profundo significado y valor de ser hermanable, con su generosidad, consejo amoroso y apoyo incondicional.
Mi primer trabajo lo obtuve gracias a una mujer, que confió en mis capacidades. Gracias a ella, abracé con pasión la labor de educación y comunicación para el desarrollo, camino que no he abandonado y se transformó en mi sendero profesional.
Mi activismo fue posible gracias a una mujer, que una tarde de mayo de 1992 me explicó la importancia de trabajar por y con las mujeres, en cualquier lugar que yo estuviese.
Me gustaría decirle ahora que he cumplido con mucho amor esa lección.
A todas ellas, les estoy muy agradecida.
También estoy agradecida a aquellas mujeres que no han deseado mi bien. Gracias a algunas de ellas es que mi vida cambió de una forma espectacular y tuve oportunidades que jamás en mi vida pensé en tener. Así es.
En el año 2004, trabajando en una repartición gubernamental de Concepción, tuve una muy mala experiencia con mujeres que se desempeñaban en el área de las comunicaciones, como yo. ¿Les ha pasado que alguien les tiene antipatía y le cuenta a sus amigas, quienes se encargan de esparcir la mala onda entre sus otras amigas y así, cuando te das cuenta, eres objeto de difamación profesional y asesinato de carácter, correos masivos en Hotmail, pérdida de trabajo y la imposibilidad de encontrar uno nuevo por meses?
Pues eso me pasó a mí.
Así que acepté la oferta de una colega argentina para escribir artículos en su sitio web. Y el rector de una Universidad en Ecuador leyó uno de mis artículos y me invitó a dar una conferencia en el Congreso Internacional que estaba organizando su universidad. Me quedé dos años en la costa ecuatoriana, como profesora en un proyecto hermoso de Universidad Pública, ubicada en la provincia más pobre de ese país. La mayoría de mis alumnos, de entre 18 y 55 años, estaban rompiendo con la educación superior el ciclo del inquilinaje, que había atado a sus familias por generaciones al abuso de los patrones en los ingenios de azúcar, banana y café.
Y de ahí, la vida me ha dado tanto…
Luego de Ecuador, trabajé muchos años en la Cooperación Internacional. Mi trabajo me llevó a Perú, Argentina y Marruecos. Aprendí mucho de tejido de las mujeres indígenas de Los Andes y de los roles de género en las tribus nómadas del Sahara. Mis horizontes se expandieron con los viajes y la necesidad de hablar idiomas, incluyendo quechua y un poco de árabe.
En el año 2011 me convertí en la única chilena que fue seleccionada de entre 700 postulantes del mundo, para recibir capacitación en género, comunicación digital y empoderamiento por parte de World Pulse, una ONG que articula los esfuerzos de 70 mil lideresas sociales de 190 países, generando un impacto en 12 millones de vidas.
Y aquí también, me fortalecí en aprendizajes y formé amistades que conservo hasta hoy.
Un año después, me convertí en mentora de las nuevas integrantes de la red. Durante 5 años, fui una mujer de Chile, educando en liderazgo, comunicación y redes sociales a mujeres de Ruanda, Camerún y Nigeria. Una de mis grandes satisfacciones es verlas hoy convertidas en referentes de la igualdad de género en sus países y contar con su respeto y gratitud.
Mi labor llamó la atención de otras organizaciones y universidades y tuve la fortuna de ser invitada y viajar a dar conferencias a países que jamás pensé conocer: México, España y Francia, por ejemplo, me abrieron sus puertas con alegría y generosidad.
Mientras tanto escribía, y mis palabras eran publicadas, compartidas y reproducidas. Comencé a sentirme parte de una comunidad enorme de mujeres, de miles de ojos que miraban por mi bien, de montón de buenas intenciones que me acompañaban a donde iba y hasta en la TV de Indonesia hablaron de mí.
Y en cada logro, y en cada puerta que se abría y en cada paso que daba, había una mujer que como colega, amiga, estudiante, dirigente, voluntaria, docente, periodista, defensora de derechos, radialista, jefa de comunidad, vecina o compañera de clases iba dejando algo de ella en mí, me iba nutriendo, me iba construyendo.
En el 2015 me invitaron a Sudáfrica a integrar un programa de capacitación. Lo que era un viaje de 3 meses, se transformaron en 3 años viviendo en ese país lejano y resiliente, donde la gente no pierde la alegría ni las ganas de cantar. Ciudad del Cabo será siempre un hogar espiritual, la ciudad en la cual todo lo que germinaba en mí, hundió raíces profundas.
En Sudáfrica edité el primer libro con mi nombre como autora y trabajé intensamente en equidad de género y prevención de violencia sexual en barrios cruzados por la delincuencia, la marginalidad y el narcotráfico. En ellos, eran las mujeres las que se organizaban para mejorar sus comunidades, unidas más allá de sus diferencias religiosas, raciales o ideológicas.
A mi regreso a Chile en el 2018, me integré a equipos de trabajo en Género y Políticas Públicas, viendo cumplidas mis expectativas de compartir lo aprendido con las mujeres de mi país, especialmente, de la Provincia de Concepción.
Actualmente, soy delegada del Women Economic Forum, una plataforma internacional que permite a las mujeres líderes y emprendedoras de todos los ámbitos expandir sus oportunidades a través de la creación de redes. Y gracias al empeño, apoyo, entusiasmo y fe de una mujer que compartió su visión y esperanzas conmigo, hoy puedo decir con alegría, que soy parte de un increíble equipo humano que forma Chile Sin Brechas, una ONG paritaria, inclusiva, diversa, transversal y sin militancia política, para aportar a la construcción de un Chile justo, generoso y sostenible.
Soy el producto de todas las mujeres que he conocido, porque gracias a ellas he tenido mis mayores aprendizajes. A todas ellas las llevo conmigo y sus sonrisas me acompañan en cada logro, como su fuerza, en cada dificultad. Cada vez que me encuentro con una en mi camino, mi senda se expande y florece. Las mujeres que he conocido, que me han desafiado o han sostenido el cielo para mí, pero jamás me han dejado indiferente.
Gracias a ellas, crece mi conciencia sobre la necesidad crítica de hacer valer nuestra voz y compartir nuestros conocimientos en todos los ámbitos, para que ese mundo en igualdad, libre de violencia y con bienestar para todos y todas, sea posible.
Soy el producto de todas las mujeres que he conocido. Y como me faltaría espacio para nombrarlas a todas, espero que baste con honrarlas en esta columna.