Las mujeres y nuestras luchas cotidianas
Fotografía: Fotografía: Cedida

Las mujeres y nuestras luchas cotidianas


Por Redacción Sabes | 07 Marzo 2020 15:58
COMPARTIR

Mañana se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Es un día de conmemoración en honor a las mujeres que lucharon y murieron para que hoy tengamos derechos como el voto universal, la jornada laboral o fuero maternal, también es un día de reflexión sobre las conquistas que hay que consolidar y las que aún quedan por obtener.

En muchos colectivos y organizaciones de mujeres, se reúnen para actos políticos, muestras artísticas o simplemente, para pasar este día entre compañeras.

En esta fecha, mi reflexión va hacia todo lo anterior y, especialmente, hacia las luchas y conquistas de las mujeres en el día a día. De todas las mujeres, en todo lugar, de cualquier origen, en todos las formas, colores, creencias e ideas sobre como ser feliz.

En mi tiempo trabajando en equidad de género en diversos países, aprendí que muchas mujeres en el mundo dan peleas que no se ven en las calles ni se nombran en las protestas: Llegar a la vida adulta, o incluso poder nacer si es niña, por ejemplo, ya es para algunas, una conquista sobre las injusticias de este mundo.

Por eso, quiero usar este espacio, para compartir 5 historias de 5 mujeres que viven en lugares diversos, quienes compartieron conmigo una ocasión en que se supieron luchadoras y ganadoras sobre las adversidades. Sus relatos, aunque breves, nos inspiran a perseverar en nuestra realización personal y como género, así como revelan el inmenso coraje que tienen para ser mujeres viviendo en sus contextos.

Ellas me recuerdan un poema de la escritora Afro-estadounidense Audre Lorde:

"Para esas de nosotras
a las que nos estamparon el miedo
como una línea tenue en medio de la frente
que aprendimos a temer con la leche materna
y en virtud de esta arma
esta ilusión de encontrar alguna seguridad
los que pisan fuerte confiaban en poder callarnos.
Para todas nosotras
este instante y este triunfo
No se esperaba que sobreviviéramos."

¿Cuándo lucha una mujer?

Aquí estoy, una Mujer ~  Bhavya,  Sudáfrica.

La entrevista comenzó cuando él me dijo que yo era una mujer hermosa pero se preguntó en voz alta si yo era realmente inteligente. Él tenía una manzana muy grande y verde en su mano. Le dio un enorme mordisco y pude escuchar como masticaba. Mi entrevista cara a cara con uno de los más importantes directores de una de las más importantes empresas en Sudáfrica comenzó así. Y terminó con una pregunta que sólo un hombre de su estatus podía hacer:

-¿Has subido de peso? Lo veo en tu cara.

-¿Puede verlo en mi cara? El...peso?

-Sí, puedo verlo en tu cara.

Esta entrevista. Esta oportunidad; este ascenso que me liberaría como mujer africana, nunca iba a suceder. Este hombre me veía como una menudencia que había que patear en el suelo. Suspirando, miré la mesa. No era profesional decirle que mi cara aparecía más rellena debido a la retención de líquidos normal del periodo menstrual.

Tampoco podía decirle que nunca en la vida me había sentido gorda hasta ese preciso momento. Él se volvió a la ventana masticando la manzana. “Me como las semillas” me dijo susurrando, “me como la manzana entera”. 

Sostuve su mirada, en un esfuerzo por controlar la ira que se disparaba dentro de mi pero, pensé, ¿a qué costo? ¿Cuántos insultos más iba yo a soportar en silencio para mantener mi trabajo y sostener a mi familia? Y más que todo eso, controlar mi ira habría sido una muestra de respeto, pero en esa habitación no había nadie a quien respetar.

Volviéndose hacia mí, me dijo: “Eres un caballo salvaje que necesita ser domado”. Ahí supe lo que tenía que hacer para progresar.

Mi triunfo ocurrió cuando me levanté y caminé hacia la puerta de mi libertad, abierta de par en par, y salí.

Una Cachetada en la Cara del Opresor ~ Noon, Egipto.

Era 12 de febrero. Yo iba de regreso a casa después de mi trabajo, tan emocionada como podía estar. Había llegado a El Cairo el día anterior, justo después de que nuestro Presidente, Hosni Mubarak, había sido derrocado.

Me fui al centro de la ciudad para ver como Egipto volvía, de repente, a ser un país prometedor y libre. Yo estaba sentada en una cafetería. Vi acercarse a docenas de oficiales militares marchando. Todo el mundo se levantó y aplaudió. Fue abrumador.

Mientras me dirigía a casa, un oficial en un auto cerca de mí, me miró y dijo algo que no pude entender. Yo lo miré de vuelta para escuchar lo que tenía que decirme. Él me miró con ojos vacíos y me dijo: “Quiero besar tus senos”. Mi imagen idealizada de un nuevo Egipto se hizo añicos; no pude hacer otra cosa que gritarle “tú no mereces el uniforme”. Me miró con ojos de despreció y me llamó prostituta.

Yo estaba a punto de llorar – no podía creer cuan violada me sentía. Entonces algo pasó. Con toda mi decisión y furia me volví hacia él y le di una sonora cachetada en plena cara. Me sentí fuerte. En este Egipto post revolución le di una cachetada en plena cara al opresor. No iba yo a ser usada y abusada.

Era el 12 de febrero. Yo iba de regreso a casa después de mi trabajo, tan emocionada como podía estar.

Un Ángel en los Arbustos de Té ~ Bhagya, Sri Lanka.

Vengo de la ciudad de Nuwara Eliya, en Sri Lanka, el hogar de cientos de plantaciones de té. Crecí mirando a mi madre y a las mujeres de mi familia caminando a lo largo de interminables y estrechos senderos, donde encontraban serpientes venenosas en su camino al hospital, al mercado y a la escuela.

Los hombres eran a menudo arrestados por sospechas de participar en movimientos terroristas o de resistencia política. Las niñas eran vulnerables al acoso sexual. La corrupción política era rampante.

Pero nuestro estatus social y pertenencia a la etnia Tamil, nos había asegurado ser ignorados completamente por generaciones. Aunque nos rompíamos la espalda en las plantaciones de té bajo condiciones inhumanas para hacer próspero al Estado, nuestras necesidades básicas – salud, electricidad, transporte, agua potable, derecho a voto y a ciudadanía en nuestro propio país- nos eran negados. Teníamos una vida de esclavitud y éramos tratados como mercancía.

Los hombres eran escépticos de cuan educada podían llegar a ser las niñas como yo. Les preocupaba el impacto social de que las mujeres educadas fueran ganando poder sobre sus propias vidas y buscaran trabajos de oficina.

Las niñas eran casadas a corta edad. Pero yo sabía que esta no era la vida que yo quería. Yo estaba determinada a dar mi examen de admisión. No podía obligar a mi madre, la sostenedora de nuestra familia, a enviarme a la escuela ya que cualquier pérdida monetaria, incluso un dólar por día, podía significar hambre en mi casa. Sin embargo, me las arreglé para ir a la escuela.

Yo creí en que podía compartir el tipo de educación que yo recibía con mi gente y de este modo generar algún tipo de cambio. Así que comencé a dar lecciones de Inglés y Matemáticas para mis amigos y sus madres. Esta educación fortaleció la economía familiar y le dio una voz a las nunca representadas mujeres de Nuwara Eliya. Ahora ellas pueden leer periódicos, avisos, instrucciones de medicamentos, firmar y entender los precios del mercado. Pueden firmar contratos y formalizar acuerdos de negocios.

Tengo el sueño de que todas las mujeres de mi comunidad serán empoderadas y tendrán la dignidad que asegure su participación y liderazgo en el desarrollo común a largo plazo.

Hablo Por Mí y Por Mis Hermanas ~ Jane Frances Mufua, Camerún.

Había estado casada por cinco años y tenía cinco hijos con mi marido. El último fue un niño llamado Samoh, que significa “Verdad”. La verdad es que después de su nacimiento, yo tuve que hacer valer mi voz por una causa que era real: Tuve que levantarme por la verdad que dice que las mujeres tienen derechos y merecemos respeto.

La noche en que nació Samoh, llovía mucho. Mi trabajo de parto comenzó con la lluvia y progresó rápido al punto que tuve que correr al hospital o dar a luz en mi casa. No podía caminar hasta el hospital por que me sentía débil y mi esposo estaba fuera con el automóvil de la familia. Lo llamé varias veces y él prometió volver a casa de inmediato.

Yo esperé – el dolor aumentaba a cada minuto- pero él no apareció. Mis piernas sufrían calambres. No podía moverme ni un centímetro. Sola, me tiré suavemente al piso y di a luz a mi hijo Samoh.  Fue alegre y sufrido. Con lágrimas y sonrisas lo puse cerca de mi cuerpo.

Pero el vacío no se iba. Mi esposo no estuvo ahí para recibir a ninguno de sus cinco hijos. Habíamos comenzado esto juntos y siempre me dejaba sola para terminarlo. Después del nacimiento de Samoh, tuve que ir al hospital. Mi esposo entró en la habitación. Su sola presencia me enfermaba. Yo necesitaba una explicación; necesitaba un acto de arrepentimiento.

Todo lo que él dijo fue: "Ahora soy un hombre. Tengo por fin un varón! Pero necesito dos más para sentirme completo”. Mi respuesta fue “Ni uno más! Nunca más!”.

Muchos años han pasado y no tuve más hijos. Han hablado mal de mí, lo han dicho en canciones; han murmurado y he sido objeto de chismes; mis vecinos se preguntan cómo pude atreverme a negarle a mi esposo y a mi comunidad más niños.

Pero yo soy más fuerte… y más feliz. Es mi salud, es mi vida. Muchas mujeres vienen a mí para saber qué se necesita para decir no, que requiere tomar el control de sus propios cuerpos. La respuesta es simple: Tienes que respetar tu propia voz y hacer que ésta se escuche.

8 de Marzo de 1990 ~ Parwana Fayyaz, Afganistán

Esa noche, era luna creciente. Una mujer embarazada y un padre ansioso buscaban la paz en un conflicto entre dos naciones por una misma tierra. Su vivienda: Una estancia colapsada en una pequeña esquina del distrito de Afshar, situado al oeste de Kabul, en Afganistán.

La mujer embarazada salió al frío amargo y miró las estrellas en el cielo siempre oscuro. La nieve fresca había lavado la sangre que le daba un color rosa. Los sonidos aterradores hacían imposible dormir esa noche. Ella sintió un dolor despertando dentro de ella, pero le daba miedo ir al hospital debido a la guerra.

“Sarwar” dijo “somos dos y podemos hacer esto”. El padre miró la cara asustada de la mujer y dijo “son casi las 2 de la madrugada y nadie nos abrirá la puerta. Tenemos que ir”.

Cogieron un camino riesgoso hasta el Hospital de Khushal Khan, que estaba a una hora de distancia. En el camino oían los sonidos de disparos, metralletas, bombardeos y explosiones. El padre mantuvo sus manos en los oídos de su esposa, para mantener su paz interior. Agradecieron a Dios cuando vieron las puertas del hospital abiertas.

En el interior estaba lleno de gente herida, cadáveres y enfermeras con ropa sucia y rostros cansados. Una de ellas -exhausta y molesta- llevó a mi madre a una habitación. 

Después de 15 minutos, a las 4:14 am. el llanto de una niña se escuchó. Los heridos estaban conmovidos. Un hombre que había perdido su mano derecha secaba las lágrimas, que rodaban por miles por su rostro.

“Parwana” dijo el padre “significa mariposa. Las mariposas son siempre libres; ellas pueden alcanzar las llamas del sol, pueden tocar los rayos de luna si quieren. Parwana quebrará barreras como una mariposa. Volará por su libertad”.

La madre sabía que esa noche de luna era por mí, su hija, su mariposa.

"Así que es mejor hablar, acordándonos
de que no se esperaba que sobreviviéramos".

Las opiniones vertidas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no representan necesariamente el pensamiento de www.sabes.cl El Diario Digital del Gran Concepción.

ETIQUETAS: