Atrincherados
En los últimos años, la erosión del cálculo político y de la sedienta búsqueda del poder, ha llevado a que exista una constante alienación por parte de la ciudadanía hacia los partidos políticos, y las instituciones administrativas del país. Ciertamente, la crisis social que explotó en Chile el 18 de octubre, ha profundizado mucho más este cisma entre las personas y el mundo político/administrativo. Ejemplo de esto es la más reciente encuesta CEP, donde la evaluación de Gobierno, Congreso y partidos políticos no supera el 5% de aprobación ciudadana.
Quienes nos han gobernado, y quienes han propuesto las soluciones estatales a las problemáticas de los últimos 30 años, hoy tienen nula credibilidad y sintonía con las personas de nuestra patria. Claramente este proceso no ha ocurrido por generación espontánea, sino por acciones sistemáticas que han desprestigiado el quehacer político, donde los operadores; quienes hacen política con calculadora en mano, fueron quitándole el corazón y el espíritu a la vocación de servicio público. Ante eso hoy las personas con justa razón ya no confían en las soluciones que presentan los representantes y los gobernantes del país. Los grupos de representación y de nexo entre las personas y el poder, que cumplían el rol de ser vasos comunicantes, y de propender a puntos de encuentro, hoy se ven marchitos. La ciudadanía ha perdido la fe en la participación política formal, por lo tanto, ha dejado de utilizar los caminos y espacios que nos ayudaban a construir visiones comunes. Es por eso que hoy la acción política ha comenzado a polarizarse.
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Al no existir confianza en los partidos políticos y las instituciones, la ciudadanía parece cada vez más buscar refugio en las trincheras ideológicas, donde ninguno está dispuesto a ceder ningún centímetro de su espacio vital. Donde el dialogo parece ser una opción no solo obsoleta, sino carente de sentido, ya que quien está en la trinchera del frente no es un rival, sino un enemigo.
Ante eso hoy es válido descalificar, denostar, insultar, deslegitimar, incluso agredir a quien piensa distinto a mí, ya que la posición a la que adscribo es la salvación, del apocalipsis que ocurriría si le damos espacio a las posturas contrarias a nuestras creencias. Por eso se hace imposible sostener diálogos e intercambio de visiones con quienes piensan distinto, porque el debate de ideas hoy está obsoleto, y ha sido remplazado por el sanguinario ejercicio de escuchar solo a los que piensan igual que uno.
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Lamentablemente esto trae como consecuencia que procesos como el momento constituyente que vive nuestro país se vea opacado por argumentos mediocres y dogmáticos, impidiendo dar paso a la oportunidad vital de discutir temas profundos y de alto impacto para nuestro país como el principio de subsidiaridad o el rol del Estado. Se desperdicia la oportunidad de educar a la ciudadanía sobre las diversas opciones que se nos presentarán en el plebiscito de abril, privilegiando consignas viscerales por sobre el fomento del pensamiento crítico. El encasillamiento en trincheras políticas basadas en convicciones como el miedo o la venganza, merman toda posibilidad de reflexionar y de buscar soluciones de unidad.
Ciertamente hoy no existen soluciones claras, ni mágicas que puedan no solo sacar a Chile de la crisis social en la que nos hemos visto envuelto, sino también para poder solucionar aquellas injusticias o falencias que tiene nuestro Estado. Sin embargo, si algo hemos aprendido de la historia es que la polarización política nunca lleva a nada bueno. Hoy se necesita como nunca respuestas con alta validación y participación ciudadana, con construcciones sanas y democráticas, evitando así que las soluciones que apliquemos sean imposiciones, sino decisiones tomadas en conjunto por la ciudadanía.
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