El Changai de Chome
Por estos días en España, he recordado los años en que viví en un pueblo de tan sólo 30 habitantes llamado Fórnoles de la provincia de Teruel, Aragón. Este pequeño pueblo íbero esculpido en una gran roca de belleza medieval, tuvo un pasado glorioso. Sus campesinos y campesinas dedicaban su vida a sus bancales de olivos y almendros, que rodeaban al cúmulo de casitas de piedra.
El pueblo a pesar de ser muy pequeñito, fabricaba en su propio molino, un aceite de gran calidad, que lo llevó a tener mucha fama, obteniendo varias veces el premio al mejor zumo de oliva de Europa.
Si me remonto a la época de Fernando VI y Carlos III, debo mencionar a uno de los habitantes ilustres de este inhóspito pueblo, el médico Andrés Piquer, quien llegó a asistir a la Corona. El Rey Fernando de Aragón le ofreció lo que quisiera en agradecimiento por los cuidados prestados y como el arraigo es importante, Andrés no pidió para él, sino para su pueblo. Tener la torre más alta de la comarca para la iglesia de Fórnoles, y que aún es parte de su postal más representativa.
Cuando viví en este pueblo, ya no existía aquel molino de recuerdos de oro, pero sí existían muchas tradiciones que sus habitantes conservaban intactas.
Las caracoladas en las que todos los vecinos se sentaban a una mesa a comer, las hogueras gigantes, las meriendas de abuelos solteros, las fiestas del pueblo en verano y tantas más. Dudo mucho que si el alcalde de este pueblo hubiese querido tocar una sola de sus tradiciones le habría ido bien. El pueblo y sus tradiciones no dependen de la autoridad de turno.
El alma de sus fiestas es la esencia de sus habitantes, no como número, sino como personas que comparten códigos y vivencias comunes que fortalecen su identidad. No imagino a los fornolences por dinero pensando en cambiar una tradición, creo que los habitantes de Chome tampoco estarían dispuestos a eso.
A dejar de ver la alegría de los visitantes ante su mar imponente, a no contemplar el paso de las ballenas, a no recorrer los vestigios de la actividad de antaño, a dejar de compartir y conocer la calidez de su gente, de sus pescadores y orilleras. A renunciar degustar su único y delicioso Changai.
En España, como en muchos pueblos de Europa, el turismo se sustenta en las personas y en sus tradiciones. Eso funciona bien, a pesar que también existen pueblos fantasmas deshabitados. Pero en su mayoría esto es posible gracias a la base que da la memoria, pero responde a una planificación territorial pertinente, a las vías de acceso, a las políticas sociales, a la visión de las autoridades y a la inquebrantable unidad de los vecinos respecto a lo que les distingue de otras localidades. Allí descansa su riqueza.
Sin juzgar las motivaciones para trasladar una fiesta que se realiza hace 9 años en Chome, creo que es importante escuchar a la voz de sus habitantes y a asumir la responsabilidad de tratar con la misma importancia y dignidad a cada comunidad del territorio, sin importar si son cinco o mil. Eso es entender, entre otros elementos, la importancia del turismo a escala local.
Viva la Fiesta del Changai, es de los chominos y en sus manos está continuar con ella, no depende de nadie más.