Lo barato cuesta caro
Ha sido una semana vertiginosa para la política. Un vaivén que ha puesto en tela de juicio los pilares de nuestra democracia, erosionándola desde su interior, relativizando el abuso del relato político por sobre las instituciones, el Estado de Derecho y la tan famosa, pero hoy un tanto desierta, cultura democrática chilena.
Pasemos revista a algunos casos del declive de nuestras instituciones. ¿Alguien puede afirmar que hoy, a casi dos meses desde la destrucción del Metro de Santiago, existe claridad de sus responsables? sin duda alguna no. El Ministerio Público ha estado lejos de estar a la altura y se ha enfrascado en un tira y afloja permanente con La Moneda, intentando desviar el fondo del asunto.
En otra arista, nuestros honorables diputados, en particular el Partido Comunista y buena parte del Frente Amplio, han promovido hasta el cansancio ya cinco acusaciones constitucionales en apenas dos años de gobierno. Todo un récord Guinness. Han abusado del uso de este mecanismo que hacía las veces de última ratio, que hoy parece ser la primera medida para atacar al adversario por discrepar políticamente con él en algún tema. Lo vivieron los ministros de la Corte Suprema, la ministra de educación Marcela Cubillos y ahora también el presidente Sebastián Piñera, entre otros. Chile vive una epidemia de acusaciones constitucionales.
El desgaste legislativo y la desconexión que muestra el Congreso Nacional ante las preocupaciones sociales, van en el mismo sentido. Se va socavando poco a poco nuestra democracia por su distancia de la realidad, hipotecando sus escasas cuotas legitimidad.
La guinda de la torta son nuestros municipios. Lejos de estar preocupados en como levantar las ciudades tras el desastre generado en los últimos sesenta días, prefieren buscar el aplauso fácil y saltarse las reglas. Propiciar un plebiscito del cual no existen garantías democráticas suficientes para ejercer el derecho a sufragio, escudándose en un genuino sentir popular que va más allá de lo que la ley permite, no es más que hipocresía. Con un Servicio Electoral al margen del proceso y las municipalidades tomando facultades que no tienen ni deben tener, seguimos en una senda que solo puede traer una democracia enferma, decaída e ilegítima.
Las instituciones ceden ante la irresponsabilidad de fiscales, congresistas y alcaldes. Nuestra democracia, acto seguido, va en caída libre y todavía sin un fondo que tocar. Karl Popper afirmaba que lo importante en la política no es quienes gobiernan, sino que instituciones nos protegen de potenciales malos gobiernos. Hoy, lamentablemente, estamos yendo en el sentido opuesto y estamos arriesgando a paso firme la escasa cultura democrática del país. Lo barato cuesta caro.
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